miércoles, 11 de abril de 2012

Shhh.

Perdí la cuenta de la cantidad de veces que al silencio le compré un cuaderno, lápices y crayones. Siempre dejé que se expresará allí, solitario, inconfundible y pensativo. Dejé que hablara con él mismo, como silencio que es. Dejé que se peleara con sus propios pensamientos, que se martirice y se alegre por si mismo.

Perdí la cuenta de la cantidad de veces que hice eso; que callé mi silencio. Un millón de cuadernos, ningún discurso. Tal vez por miedo, tal vez por inseguridad, tal vez por insensatez, tal vez porque las palabras no eran las correctas. Un millón de borradas, de arrancadas a esas hojas escritas cien veces por manos cansadas. Hasta pensé en comprar candados. Un candado a mi silencio, en vez de una hoja para que se exprese. Pero, no sirve de nada negarse a los propios fantasmas silenciosos, eso mata lentamente por dentro, pudre el alma.

Perdí el control de la bronca insostenible que se armó adentro mío. El silencio apretando fuerte el lápiz contra el papel, dejando marcas rotosas, toscas y oscuras. Y de las lágrimas seguidas que mojaban esa hoja. Arrugaban y terminaban de destruir todo. Obras maestras caídas a pique por un ataque que no supe controlar, que no supe hacer salir, que se quedó allí dentro, encerrado con candado; solo él y el silencio.

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