viernes, 3 de junio de 2011

Home, sweet home.


Extrañaba esto. Mi hogar y sus detalles, sus características escondidas por doquier. La persiana rota que tengo que abrir con la mano de mi pieza, el paisaje que veo una vez que lo consigo. La casa vacía cuando me levanto porque mamá y papá están trabajando, y mi hermana en el colegio. El frío, mi casa siempre fue asquerosamente fría y hasta insoportable en invierno; algunas veces la maldije por eso, y hoy me arrepiento. El olor a kerosene de mi estufa. Abrir la heladera y encontrar solo frutas, verduras y alguna sobra de la cena anterior. Abrir la alacena y encontrar pan y galletitas saladas. Hacerme un café y tomarlo viendo mi patio. Mi perro que se acerca a investigar. Mi computadora. El espejo del baño donde suelo maquillarme. La cama de mis padres donde dormía la siesta y miraba televisión de tarde. El espejo de cuerpo entero que había en esa pieza y donde siempre me chequeaba antes de salir. El sonido del teléfono, del timbre, de los celulares de mis familiares. Las fotos del recuerdo. Los peluches de mi habitación. ¡Despertarme y ver mi habitación! Mi cama, la repisa con todos mis libros, el cuadro que pintó mi abuela, mi escritorio; que alguna vez estuvo cargada de libros hasta la muerte. Mi living y la vista que tenía desde las ventanas. Mi ropero. Mi alfombra. Los cubiertos, platos y vasos. La voz de mis padres y de mi hermana. ¡La voz! Si supieran que cuando llamaron para chequear un simple estudio yo lloré, escuché sus dos voces, corté y lloré sola sentada mientras la gente pasaba, y yo me cubría de la verguenza porque no me gusta que me vean llorar. Todos los libros de matemática en la repisa de mi mamá. Los tres o cuatro trofeos que ganó papá en unas regatas. El baño con todas las cremas habidas y por haber, mi ducha. En fin, mi hogar... Hogar, dulce hogar.

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