martes, 19 de enero de 2010

Los cuadernos de Mía (I).

Mía nunca llegó a considerarse una completa demente, si una persona con exceso de fantasía e imaginación.
De chica soñaba con los ojos despiertos junto a sus juguetes y libros. El lugar donde ocurría todo era siempre su cuarto. Apenas llegaba de la escuela solía correr y encerrarse hasta que su madre aunuciaba que el almuerzo estaba listo. Había veces que estaba tan encerrada en sus pensamientos que no la oía, y tenía que vinir a buscarla enojada y gritando por qué siempre era tan distraída. No podía evitarlo.
Sus padres siempre pensaron que eso era sólo algo de la niñez, y que con el correr de los años pasaría, pero no fue así.
Cuando cumplió quince años toda su familia y sus conocidos estaban muy felices porque ella, hija y nieta única, se estaba convirtiendo en mujer y empezando una nueva etapa. Todos esperaban ansiosos por la fiesta (en su familia eran tradición las fiestas de quince años) pero me temo que dejó a todos ilusionados y un tanto decepcionados. Cuando su madre preguntó acerca de los detalles para aquél gran día, la sorprendió diciendo que lo único que quería eran muchos cuadernos. La señora la miró extrañada y preguntó "¿Y para qué cuadernos?". La respuesta no se esperó y fue sencilla "Quiero escribir de por vida, todo lo que se me ocurra."
Al principio tanto su madre como su abuela se rieron, pero luego vieron que la cosa si iba enserio. Hicieron lo posible para convencerla de hacer la fiesta. La llevaron a hablar con sus amigas para que le cuenten sus experiencias y finalmente se entusiasme con su idea. Nada funcionó.
La mañana de su cumpleaños número quince Mía despertó, bajó las escaleras de casa y en la cocina encontró cinco cajas repletas de cuadernos, de diversas tapas, colores y motivos. Inmediatamente las subió y les hizo un espacio en su cuarto.
Desde ese día los cuadernos se habían convertido en sus nuevos juguetes. Su madre había regalado todas sus muñecas a una amiga que estaba por tener su primera hija. Su estantería, que antes estaba repleta de mujercitas de plástico de todas las formas y colores, ahora se encontraba tapizada de sus cuadernos a estrenar.
Al poco tiempo de ordenar el regalo, no se abstuvo y tomó el primero que se le ocurrió. Uno de tapa azul, tamaño mediano, un cuaderno común y corriente.
Se sentó en el suelo sun un lápiz y comenzó a escribir. Puso todo lo que se le venía a la mente: recuerdos, experiencias, fantasías, sueños, pensamientos. Las ideas nunca se le agotaban. Todas eran historias que no tenían nada que ver con la realidad.
Cualquiera hubiera pensado que alguien que escribía lo hacía por pasatiempo de vez en cuando, pero lo de ella no, se fue convirtiendo en una obseción.
Pasaron dos años, Mía tenía diecisiete ya. Cualquier chica de esa edad disfruta con sus amigos, su último año del secundario, los últimos pasos antes de tener que enfrentar la vida sola. Pero ella se negaba, sólo iba a la escuela, y con faltas bastante seguidas.
Su madre nos explicó, Mía no estaba actuando normalmente. Por las mañanas era una lucha agotadora hacer que salga de su cuarto para ir al colegio, por las noches era muy difícil lograr que se duerma, no quería dejar de escribir. Mía no salía a bailar, no salía a comprar ropa, no tenía novio ni gustaba de ningún chico, conocía muy pocas personas, se llevaba mal con sus padres y con los pocos amigos que tenía. A veces la íbamos a visitar a su casa para ver como estaba, charlar un poco con ella y contarle las últimas novedades, pero Mía se negaba rotundamente a vernos, cerraba su habitación con llave, ponía la música a todo volumen y se sentaba a escribir, nada más.
Consecuentemente, Mía dejó el colegio, ya se había pasado de faltas. Sus padres estaban desesperados. La directora de nuestro colegio les recomendó llevarla a un psicólogo o, si el caso era extremo, a un psiquiatra. No lo pensaron dos veces y decidieron actuar. Un psiquiatra visitaba dos veces por semana a Mía en su casa. Entraba en su cuarto y hablaba con ella por una hora.
Recuerdo claramente una vez que el psiquiatra logró convencer a Mía de que le preste uno de sus cuadernos. No se que pretexto puso para conseguirlos, pero lo hizo, los cuadernos de ella hasta entonces eran completos secretos.
Los primeros en leerlo fueron sus padres, pero no encontraron indicios de que hubiera pasado por alguna experiencia traumática que la hubiese dejado así. Eran cuentos, cientos de ellos, repletos de hadas, reinos, dragones, misterios, aventuras, etcétera. Todos perfectamente redactados y dignos de alguien con una gran inventiva.
Claramente, si Mía no hubiera estado sufriendo esa enfermedad, podría haber sido una excelente escritora.
El detonante fue una madrugada de septiembre. Mía despertó gritando que uno de sus cuadernos había desaparecido. Realmente hizo un tremedo escándalo en la casa. Ella había construído en su mente el pensamiento de que sus padres entraban a escondidas en su cuarto para leer lo que ella escribía, y decía que los únicos que estaban permitidos leer eran ella y "Miguel", como llamaba a su psiquiatra.
Sus padres intentaron calmarla, le trajeron su cuaderno pero no bastó, Mía tomó como traición lo que le habían hecho. Corrió a la cocina, encendió las hornallas y quemó el objeto en cuestión, al grito de "¡Nadie más los vuelve a tocar!". Luego, buscó cuchillos y amenazó a sus padres.
Sin dudarlo llamaron al psiquiatra, quién acudió rápidamente a la casa. Cuando logró calmarla, fue obligada a tomarse un baño, mientras el doctor inspeccionaba su habitación. Estaba destrozada, pero en una parte, el médico vio un cuaderno que no estaba junto a los otros, uno de tapa rosa. Cuando lo comenzó a leer descubrió que ese sí era su diario íntimo.
El psiquiatra lo leyó y llegó a la conclusión de que Mía ya no era una persona normal, y que representaba un verdadero peligro para la familia. En su diario expresaba continuamente el deseo de querer deshacerse de sus padres, sus amigos y el resto de las personas que le impidan escribir. Comentaba cientos de ideas para matarlo y luego una escapada final a quién sabe dónde. Después de ese suceso se tomaron medidas drásticas, Mía fue internada en un hospital psiquiátrico. Sus padres estaban destrozados pero a la vez, seguros de que Mía allí podría hacer lo que más le gustaba y la hacía feliz. Con el paso del tiempo tomamos nuestros caminos y dejamos de verla. Lo último que supimos de ella fue esto. Ahora consumía calmantes que la hacían dormir largas horas, para que, una vez despierta, haga con sus sueños y fantasías lo que siempre acostumbró a hacer (y lo que siempre la ayudó a liberar presiones): escribir.

·Esta historia no es real, sino que fue inventada por mí, pero sí tiene algo detrás que no la hace una simple tarea de literatura y que planeo contarla en la entrada siguiente. No es nada del otro mundo, pero me parece que serviría para explicar el origen de este texto.
Nos veremos en el próximo post.

1 comentario:

  1. Que historia...Debo decir que me ha dejado una gran confucion "MIA"...
    Pero siii!Esperare el proximo post!

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